En el pasado, la tecnología era personal. Muy personal. Nuestros antepasados se dedicaban primero a un proceso de descubrimiento para determinar que materiales cortaban mejor o protegían mejor. Era una relación íntima cuyo primer y último objetivo era mejorar sus posibilidades de supervivencia. Y funcionaba.
Nuestra especie aprendió a transformar las rocas en cuchillos a lo largo de cientos de miles de años y, un poco más tarde, en circuitos electrónicos. Si las flechas de sílex sirvieron para cazar, los semiconductores de silicio acabaron sirviendo para expresar nuestros pensamientos en nuevas posibilidades (inimaginables), por ejemplo, enviar rovers a Marte.
Pero, en las últimas décadas, la tecnología y el ser humano han evolucionado de forma algo separada. Por supuesto, nuestros iPhones son casi tan personales como nuestra ropa interior, pero parece que falta algo. Esa sensación original de oficio, de unir tecnología y arte (por ejemplo, barro > proceso tecnológico > cerámica), se ha delegado en la «Gran Tecnología», sea lo que sea. Ahora damos por sentado que la tecnología se inventará en algún lugar, y la utilizaremos cuando podamos acceder a ella (es decir, comprarla, no fabricarla).
Sin embargo, como no la hemos creado, buscamos instrucciones sobre cómo la usan otras personas para poder usarla nosotros también. Ya me entiendes. Hemos llegado a un punto en el que «los ciegos guían a los ciegos».
Esa es una de las razones por las que la gente tiene tanto miedo de la Inteligencia Artificial, la privacidad, los robots y los cohetes. Las mismas cosas que solían inspirarnos (o a Julio Verne, al menos) son ahora un foco de teorías conspirativas y amenazas de guerra.
¿Cómo hemos podido llegar a este punto? ¿Cómo es posible que aquella asombrosa creación que conectaba a usuarios de diferentes hosts a través de ARPANET allá por 1971 se haya convertido en un monstruo a conquistar (es decir, el correo electrónico)?
La naturaleza tiene la solución, como siempre. Devolver a los seres humanos y a las rocas a su nivel de conexión crudo y verdadero es el único camino a seguir. Tiene menos que ver con ser un activista contra la tecnología y más con reimaginar nuestra relación con la nueva y fantástica tecnología que tenemos delante.
¿Cómo se transformarán las ciudades gracias a las redes ultraconectadas de alta velocidad?
¿Cómo aprenderán los niños a hacer papiroflexia con un maestro en Japón, pasando a descubrir los orígenes del café con un barista en Etiopía, ambos en la misma clase matinal?
¿Cómo trabajarán los directivos desde cualquier lugar y conseguirán multiplicar por 10 su productividad sin tener que cambiar la cena con la familia por la promoción profesional?
Estas son algunas de las posibilidades que sólo la tecnología puede ayudarnos a conseguir. Las tecnologías que antes sólo se hacían para ayudarnos a sobrevivir ahora amplían nuestro potencial para prosperar.
En un mundo nuevo en el que la gente parece haber perdido su antigua conexión con la naturaleza y el arte, no ha perdido la capacidad de soñar. Y la tecnología es el eslabón perdido que nos ha permitido transformar esos mismos sueños en un mundo de descubrimientos que finalmente nos ha llevado a descubrir quiénes somos en este universo.
Los ciberataques no deben impedirnos explorar las maravillas que la tecnología puede ofrecernos. Cuando la realidad y la ciencia ficción parecen mezclarse, hay algo que no debe perderse. Las buenas personas, las buenas ideas y la buena tecnología deben prevalecer.
CyberPRO existe para ayudar a los seres humanos y a las organizaciones a aprender a defenderse para seguir construyendo este puente entre los sueños y las acciones a través de la tecnología. Únete a nosotros en este movimiento. #CyberPRO